«(…) Los locos me atraen. Esas personas viven en un país misterioso de sueños extraños,

en la nube impenetrable de la demencia en la que todo lo que hayan visto sobre la Tierra,

todo lo que han amado, todo lo que han hecho vuelve a empezar para ellos en una existencia imaginada,

fuera de todas las leyes que gobiernan y rigen el pensamiento humano.

Para ellos ya no existe lo imposible, lo inverosímil desaparece, lo fantástico se hace constante y lo sobrenatural habitual.

Esa vieja barrera, la lógica, esa vieja muralla, la razón; esa vieja rampa de las ideas, el sentido común,

se rompen, se derrumban, se vienen abajo ante su imaginación dejada de la libertad,

escapada del país ilimitado de la fantasía, que va dando saltos fabulosos sin que nada la detenga.

Para ellos todo ocurre y puede ocurrir.

No hacen esfuerzos por vencer los acontecimientos, para domar las resistencias o derribar los obstáculos

¡Basta un capricho de su voluntad ilusoria para que sean príncipes, emperadores o dioses,

para que posean todas las riquezas del mundo, todas las cosas sabrosas de la vida,

para que gocen de todos los placeres, para que sean siempre fuertes, bellos, jóvenes, amados!

Ellos son los únicos que pueden ser felices sobre la Tierra,

pues para ellos la realidad ya no existe (…)»